Esta semana fue el aniversario de 61 años del golpe militar en Brasil, en medio de una coyuntura democrática liberal inestable en el país. Recientemente, el Supremo Tribunal Federal (STF) acusó a Jair Bolsonaro de un intento criminal de golpe de Estado en el contexto de las elecciones de 2022, un acontecimiento que ha puesto las memorias del terror de la dictadura militar en el centro del debate público, así como las amenazas actuales del autoritarismo. Hugo Fanton, editor de PW, conversó con Frei Betto, fraile dominico y escritor brasileño que fue encarcelado dos veces por la dictadura militar por su trabajo social y político.
Frei Betto participó en la creación de las Comunidades Eclesiales de Base (CEBs), una forma de organización incentivada por la Teología de la Liberación, que consistía en grupos reunidos en áreas específicas–ya sea favelas, escuelas o fábricas–para discutir la Biblia en el contexto de la realidad política y social que se vivía. Esto se convirtió en uno de los principales mecanismos de resistencia a la dictadura y de lucha por la democracia en el país. Frei Betto es también autor de libros que retratan esta experiencia, como Cartas desde la cárcel y Bautismo de sangre, obras que describen las acciones entre bastidores del régimen militar y los crímenes cometidos contra la humanidad.
En un momento en que las fuerzas autoritarias avanzan no solo en Brasil sino también alrededor del mundo, ahora bajo el renovado liderazgo de Donald Trump en Estados Unidos, debemos recordar los procesos de transición que han resultado en el ascenso de autoritarios previos, y luchar para garantizar que los horrores del pasado no se vuelvan a repetir.
Entrevista con Frei Betto
Hugo Fanton: Este 1 de abril se cumplen 61 años del golpe militar en Brasil. ¿Podría contextualizar este golpe de Estado que dio lugar en 1964?
Frei Betto: Después de la Segunda Guerra Mundial, marcada por la victoria de los Aliados contra el fascismo, hubo una ola de democratización, que llevó a los sectores populares a organizarse cada vez más y a reclamar sus derechos. En Brasil, Getúlio Vargas volvió al poder en 1950. Había gobernado el país bajo un régimen dictatorial durante 15 años, pero había concedido grandes beneficios a la clase trabajadora, por lo que fue considerado el «padre de los pobres». A principios de los años 50, sectores conservadores de la sociedad conspiraron para derrocar su régimen, porque no coincidían con las políticas distributivas que buscaban mejorar las condiciones de vida de las clases trabajadoras. Después de un atentado fallido a su vida, la conspiración derechista llevó Vargas al suicidio en 1954. Así fue que Brasil entró en un periodo de gran inestabilidad política.
Sin embargo, a principios de la década de 1960, la cultura brasileña vivió un periodo de renovación: la música de bossa nova era “nueva”, el cine, la literatura, e inclusive la economía, todo era “nuevo”. Brasil vivió durante estos años un sueño febril progresista de emancipación, donde se le dio libertad a los movimientos sociales, como las ligas campesinas y el movimiento estudiantil. En resumen, fue un periodo efervescente, con mucha creatividad y muchos logros inesperados, tanto en la política como en la economía. Todo esto fue castrado por el golpe militar del 1 de abril de 1964, el cual derrocó al régimen progresista de João Goulart.
Las políticas de João Goulart no tenían un tinte comunista. Él era un terrateniente demócrata, sensible a las demandas populares. Sin embargo, las clases dominantes no esperaban que este movimiento de la sociedad exigiera todo tipo de derechos, o que los sectores populares desafiaran los privilegios e intereses de las elites al exigir una reforma agraria. A diferencia de países vecinos, como Bolivia y Perú, en Brasil nunca se había dado una reforma agraria, a pesar de sus dimensiones continentales. Esta amenaza a los privilegios de las clases dominantes llevó al golpe de estado que inauguró la dictadura militar en Brasil, con apoyo de la Casa Blanca. Este tipo de colaboración ocurrió en todo el continente latinoamericano.
Como reacción al intento de reforma agraria presidido por Goulart, las Fuerzas Armadas, subvencionados y guiados por el gobierno de Estados Unidos, dieron el golpe de Estado de 1964, desmantelando así la Constitución brasileña e instaurando un régimen de terror que duró 21 años. Yo mismo fui víctima de sus horrores.
HF: ¿Cómo afectó esto a su vida en aquel momento?
FB: Fui detenido como dirigente estudiantil durante 15 días en junio de 1964, unos meses después del golpe de Estado. Luego, en 1969, ya trabajando como fraile dominicano, fui detenido de nuevo por mi labor de apoyo a la resistencia y a la lucha por la redemocratización del país. Permanecí en prisión cuatro años, hasta 1973. Fue un período de golpes militares generalizados en la región: Argentina, Uruguay, Chile, con mucha crueldad, torturas, desapariciones de quienes luchaban por otro sistema social, en este caso el socialismo, o por la mera redemocratización de sus países. Fue un período muy trágico en la historia de América Latina, todo financiado y patrocinado por la Casa Blanca.
Al comienzo de la dictadura, algunos líderes liberales y democráticos, como Rubens Paiva, retratado en la película “Aún estoy aquí” (2024) pensaban que el golpe sería sólo un período de reordenamiento de las clases dominantes, bajo la tutela de los militares. No pensaban que habría torturas, desapariciones, fusilamientos, en fin, toda la crueldad que se documenta en el libro «Brasil Nunca Mais», editado por el cardenal Dom Paulo Evaristo Arns y el pastor Jaime Wright.
A pesar de estas expectativas iniciales, la dictadura se recrudeció. El comportamiento de los militares se hizo cada vez más violento, asesino y genocida. Sobre todo a partir del Acto Institucional nº 5 de diciembre de 1968, que muchos analistas consideran como el golpe dentro del golpe. A partir de ese momento las cosas empeoraron. Fue precisamente a partir de entonces cuando las fuerzas democráticas empezaron a resistir a los militares, a la dictadura, tanto por medios pacíficos como armados. Grupos y partidos empezaron a armarse para enfrentarse al poder militar de la dictadura. Esto supuso un gran desgaste para el régimen militar.
HF: ¿Cómo fue el trabajo de resistencia a lo largo de los años setenta? ¿Qué destacaría del rol o la labor de la resistencia permanente y cotidiana, en un contexto extremadamente desfavorable?
FB: Hubo un periodo en que esta resistencia fue clandestina, ya fuera pacíficamente o mediante la lucha armada. Pero, a partir de mediados de los años 70, adquirió la dimensión de una lucha de masas a través de huelgas sindicales, sobre todo cuando el movimiento sindical, liderado por Lula, denunció que la política económica de la dictadura era falsa, una gran mentira para encubrir la dinámica real de la economía. Las grandes corporaciones sindicales empezaron a movilizarse, sacando a la calle a miles de personas para exigir derechos laborales. Esto fue socavando progresivamente los cimientos de la dictadura.
El consenso que existía en la sociedad brasileña de que los militares habían librado al país del comunismo llegó a su fin a medida que la gente era cada vez más consciente de las atrocidades practicadas por los militares. Para que esto ocurriera, también fue muy importante la transformación del movimiento sindical, ya que al principios de la dictadura el sindicalismo oficial se oponía a la movilización popular.
Brasil siempre ha tenido organizaciones de base. Y a partir de los años 60, a través de los sectores progresistas de la Iglesia Católica, se formaron las Comunidades Eclesiales de Base (Cebs). Esta forma de organización le dio origen a lo que hoy se conoce como teología de la liberación. Las Cebs no llamaron la atención de la dictadura, porque las consideraba una cuestión religiosa. Fue un gran error por parte de los militares, porque las Cebs, partiendo de una lectura de la Biblia desde la perspectiva de los oprimidos y abrazando el método de la pedagogía liberadora de Paulo Freire, empezaron a formar militantes para movimientos populares, movimientos sindicales y, más tarde, movimientos partidarios.
Luego, entre los años 60 y 70, hubo una gran difusión del catolicismo progresista. Esta forma de organización de base se hizo presente en las favelas, fábricas y escuelas, dando lugar a una nueva forma de oposición sindical, el sindicalismo combativo, que acabó ocupando los espacios del sindicalismo que hasta entonces había estado ligado a la dictadura. Como resultado de esta organización social y de la lucha que emprendió, hubo una apertura para nuevos partidos en Brasil. Entre ellos, surgió el Partido de los Trabajadores (PT), liderado por Lula.
Este es el proceso que fue aglutinando a las fuerzas populares y socavando el régimen dictatorial, lo que condujo al declive de la dictadura, marcado por acontecimientos como el regreso de los exiliados y la creación de grandes asociaciones nacionales de organización de los trabajadores y las clases populares, como la Central Única dos Trabalhadores (CUT) y el Movimento dos Trabalhadores Rurais Sem Terra (MST).
Ahora, lamentablemente, este proceso, esta acumulación organizativa, se ha perdido en los últimos años, lo que ha llevado a la elección de Bolsonaro y a un gran debilitamiento de las fuerzas progresistas. Al mismo tiempo, este debilitamiento forma parte de un fenómeno más amplio: el fortalecimiento de la derecha global.
HF: ¿Cómo se explica este nuevo auge del autoritarismo?
FB: Una vez conquistada la democracia por el fracaso del propio régimen dictatorial, fracaso social, económico y político, pensamos que Brasil no volvería a tener un gobierno autocrático. Pero la situación mundial no siempre es lineal, es más bien cíclica. Y hoy, en mi opinión, estamos viviendo una ola, no de democratización de las naciones, sino de autoritarismo con sesgo fascista.
Esto ocurre en todos los continentes, y ahora se ha agravado con la elección de Donald Trump en Estados Unidos. Ya no vale el chiste que se contaba en América Latina de que nunca había habido un golpe de Estado en Estados Unidos porque no hay embajada norteamericana en Washington. Trump intentó dar un golpe de Estado, pero ahora vuelve a la presidencia con un apoyo masivo de la población estadounidense y con pretensiones autocráticas.
Este sesgo autoritario está de moda en todo el mundo y se debe a varios factores. Durante la Guerra Fría, existía una bipolaridad, con los países capitalistas hegemonizados por Estados Unidos y, en el Este, el socialismo, en la Unión Soviética y en China. Esto creó un cierto equilibrio de poder. Creo que la mayor conquista del socialismo no tuvo lugar en ningún país socialista, sino en Europa Occidental: las clases trabajadoras conquistaron muchos de sus derechos, garantizados por ley, porque la burguesía europea temía que los trabajadores abrazaran la vía del socialismo y del comunismo. El bienestar de la clase obrera en Europa nunca fue tan sólido como en este periodo de posguerra que duró hasta 1989.
Con la caída del Muro de Berlín, la élite mundial se quitó la máscara. Y con el cambio del patrón de acumulación capitalista de la producción a la especulación, estas élites tienen ahora muchos más ingresos y poder. Hoy tenemos un mundo dominado, por un lado, por los especuladores y, por otro, por estas figuras del Big Tech que no producen nada, sólo procesan nuestro conocimiento e información, pero lo convierten en mercancías y poder.
Siempre hemos hablado de globalización y siempre he criticado esta expresión: lo que realmente tenemos es una globo-colonización, la colonización del planeta por un sistema de sociedad que es capitalista, un sistema hedonista, consumista, que convierte a los seres humanos en mercancías, porque nuestra dignidad intrínseca no vale nada, lo único que importa son los bienes que poseemos o los que no poseemos. Cuanto más bienes materiales poseemos, más aceptados somos en la sociedad. Hay un proceso acelerado de dominación, haciendo que los lazos sociales se deshagan cada vez más, debido a la creciente dependencia de los teléfonos móviles, todo se reduce a este pequeño aparato que no me exige tener relaciones cara a cara, asociativas, sindicales o partidarias.
Hay una fuerte tendencia al individualismo con las redes, porque se erosionan los lazos asociativos y, al mismo tiempo, se acentúa el narcisismo. La lógica de las redes y del posting produce un juego narcisista y una gran dependencia de estas Big Techs que no existen para facilitar nuestra comunicación sino para vender productos.
HF: ¿Hay un paralelismo entre Bolsonaro y el golpe militar de 1964, entre ahora y lo que vivimos en la dictadura?
FB: Sí, porque Brasil, a diferencia de Argentina, Chile y Uruguay, nunca ha castigado a sus torturadores y asesinos. Al contrario, ha creado un mecanismo extraño desde el punto de vista jurídico, que es la amnistía recíproca. En lugar de ser denunciados, juzgados y condenados, los torturadores y asesinos eran amnistiados al mismo tiempo que luchaban contra la dictadura. Esto significó que la cultura de la dictadura se preservó en los cuarteles del Ejército, la Fuerza Aérea y la Marina. Y consideran que el golpe de 1964 fue un avance, una revolución, y no la instauración de una dictadura. Bolsonaro es hijo de esta formación militar con fuerte sesgo nazi-fascista.
Sin embargo, hoy en día, las Fuerzas Armadas se inclinan más por esta democracia burguesa limitada, no quieren volver a la dictadura. No veo ninguna posibilidad de un nuevo golpe. Ahora, veo la posibilidad, no de Bolsonaro, que es inelegible, sino de que alguien más de la misma formación militar sea elegido en 2026 como presidente de la República por la vía democrática. Creo que los progresistas tenemos que intensificar nuestro trabajo, porque el riesgo está ahí. Hay una tendencia en la sociedad brasileña a apoyar el nazifascismo que cunde entre estos grupos de Bolsonaro. Creo que hay un riesgo muy grande. Así que tenemos que volver al trabajo de base y ponernos las pilas con las redes digitales. Somos muy reactivos, no somos proactivos en las redes digitales.
HF: ¿Qué impacto tiene la administración Trump en esta situación?
FB: Trump va a gobernar autocráticamente, ignorando las leyes, a los jueces, como está haciendo ahora con la deportación de venezolanos a El Salvador. La cuestión es cómo reacciona la justicia estadounidense, hasta qué punto tiene fuerza para pararle los pies. Pero todo esto dependerá mucho del comportamiento de su gobierno. Ya, en sus dos meses de mandato, está generando una gran decepción. En 60 días de gobierno, su prestigio ya se está yendo por el desagüe. El desgaste es grande. La parte más sensible del cuerpo humano, que es el bolsillo, es lo que más pesa en Brasil, en Estados Unidos o en cualquier otra parte del mundo. ¿Qué impacto tendrá su gobierno en el bienestar de la gente? Es demasiado pronto para hacer una evaluación, pero pronostico un gobierno extremadamente autocrático, al borde de lo que sería una dictadura descarada.
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